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La confesión por fraude del novio de Ayuso se hizo sin su aval pero buscando proteger a la presidenta

Una confesión fiscal sin permiso, una defensa que actúa por cuenta propia y una presidenta que no firma, pero inspira cada movimiento. El caso de Alberto González Amador no huele solo a fraude, sino a cortafuegos político

Cuando Alberto González Amador confesó su fraude fiscal, no lo hizo empujado por una revelación moral ni por un repentino amor a la ley. Fue más bien como quien se lanza al barro para evitar que otro se manche. La confesión, revelada por su abogado Carlos Neira ante el Tribunal Supremo, no fue suya del todo, fue una jugada jurídica envuelta en papel de celofán político. “Haz lo que veas”, le dijo el empresario a su defensor, como quien entrega el timón antes del naufragio. No se trataba de salvar a un acusado, sino de blindar a una presidenta.

Porque el problema no era solo Hacienda, era el calendario electoral, la prensa husmeando, y la imagen de Isabel Díaz Ayuso cruzando un campo minado. Por eso Neira cerró el acuerdo con la Fiscalía sin consultarlo previamente con su cliente. Una maniobra poco ortodoxa que solo tiene sentido cuando lo legal se supedita a lo simbólico, y lo penal se convierte en un escudo político. No fue un acto de justicia, sino de supervivencia pública.

Alberto González
La confesión fiscal que quiso proteger a Ayuso

Ayuso, entre la versión oficial y las sombras compartidas

Desde el Partido Popular se levantó un muro de palabras, González Amador era un ciudadano más, sin vínculos institucionales. Pero los hechos, obstinados como piedras en el zapato, no dejaron de filtrarse. En sede judicial, el relato se desplomó, hubo contacto constante entre la defensa del empresario y el equipo de Ayuso, incluyendo a su omnipresente jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, director de escena en esta tragicomedia mediática.

Intentaron revertir el daño a golpe de demandas por derecho al honor, pero tampoco eso funcionó. El Supremo dio por buena la expresión “defraudador confeso”, en lo que fue casi una sentencia poética, si uno confiesa, que no se queje del nombre que eso conlleva. La ironía es que, en su intento de evitar el ruido, acabaron produciendo un estruendo judicial. Como quien intenta apagar un incendio soplando fuerte y termina avivando las llamas.

Política bajo la alfombra: cuando callar es actuar

Esta historia no es solo la de un fraude, sino la de un modelo de control del daño. Cada silencio, cada filtración dosificada, cada querella lanzada como un misil de humo, formó parte de un diseño político que no necesitaba la voz de Ayuso, pero sí su sombra. En este teatro, no importa tanto lo que se dice como lo que se permite entre líneas. La separación entre lo privado y lo institucional se volvió líquida, como tinta en agua turbia.

Y aunque González Amador sea el único nombre subrayado en los autos, todos saben de qué presidenta estamos hablando. Ella no aparece en las páginas legales, pero flota sobre todas. Como esas figuras en los cuadros renacentistas que, aunque no estén en primer plano, atraen la mirada. En definitiva, no fue su culpa, pero sí su consecuencia.

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