Fuma 10 cigarrillos diarios mucho para su edad
Durante años más de medio siglo, en realidad, la Reina Sofía ha sido como una figura de mármol institucional. Silenciosa, firme, inquebrantable en su compromiso con la Casa Real. Incluso ahora, como reina emérita, sigue apareciendo en actos oficiales con esa dignidad casi monástica que ni las humillaciones públicas ni la relación gélida con Juan Carlos I han logrado erosionar. Y sin embargo, ahí, bajo la capa del deber y la discreción institucional, vive una mujer. Con sus costumbres. Con sus manías. Y también, con su pequeño vicio: el cigarrillo.
Según se relata en una biografía autorizada una de esas que se filtran a cuentagotas desde Zarzuela, Sofía de Grecia fue, durante décadas, una fumadora habitual. No ocasional, no de las de una calada y ya. Fumadora de las de diez cigarrillos diarios, según cuentan. Una rutina que arrancó en su juventud, cuando fumar sobre todo entre mujeres aristocráticas era casi un gesto de adultez anticipada, un guiño de rebeldía con tacones.
Desde entonces, y pese a advertencias médicas cada vez más serias sobre el riesgo cardiovascular, la reina ha mantenido ese “pequeño placer”, como ella lo llama, que a su edad ya no es tan pequeño, ni tan placentero, ni tan secreto. Y en su entorno se preguntan si no habrá llegado el momento de apagar el último cigarrillo. Porque la esperanza de vida no es un cheque en blanco.

La familia aprieta, el médico insiste… ¿y ella?
En Zarzuela, el clima es de cierta tensión suave. Los médicos que supervisan la salud de la reina que ya ha pasado de los 80 lo dicen con claridad: incluso una sola dosis de nicotina puede ser el empujón que su sistema no pueda aguantar. El tabaco, a estas alturas, no es un capricho, es una amenaza. Y aunque hay días en los que Sofía reduce el consumo, todavía hay momentos después de las comidas, al caer la tarde, tras un silencio incómodo donde vuelve a encender uno.
Felipe VI, Elena, Cristina… todos han mostrado su preocupación familiar. No de manera dramática, pero sí con ese tono que uno usa cuando ve venir la tormenta y nadie cierra las ventanas. Es cierto que la reina ha aceptado seguir un plan de abandono progresivo. Pero también es cierto que esa voluntad choca a veces con el hábito de toda una vida. ¿Quién puede cambiar después de ochenta años? ¿Y quién le puede decir algo a una mujer que ha encarnado, casi en solitario, el temple de la monarquía española en tiempos de terremoto?