El equipo más castigado por la tecnología que prometía justicia
En Mendizorroza, cada vez que suena el pitido que detiene el partido para revisar una jugada, no se contiene la respiración: se suspira con resignación. Porque si hay un equipo que esta temporada ha aprendido a temer al VAR como a una maldición disfrazada de progreso, ese es el Deportivo Alavés.
Este domingo, en una acción de esas que parecen escritas para alimentar teorías de conspiración, el colegiado Gil Manzano revisó un posible penalti en contra de los vitorianos. La jugada era dudosa. La tensión, absoluta. Y aunque finalmente se mantuvo la decisión inicial —no penalti—, el daño ya estaba hecho: otro episodio más en una temporada donde cada revisión tecnológica se ha sentido como una trampa.
El VAR, ese espejo que distorsiona más de lo que aclara
La idea era noble: evitar errores flagrantes, corregir lo evidente. Pero el VAR, al menos en la Liga 2024-25, ha mutado en algo más turbio. Lo que debía ser una herramienta de transparencia ha sembrado sospecha, ruido y una estadística inquietante: el Alavés es, oficialmente, el equipo más perjudicado por decisiones del VAR en todo el campeonato. Y eso, cuando peleas por la permanencia punto a punto, no es un dato: es una herida abierta.

Un penalti que no fue… pero cuyas ondas sí llegaron lejos
La jugada de este domingo no terminó en penalti, pero sí tuvo efectos colaterales. Con los resultados ya consumados, la UD Las Palmas certificó su descenso a Segunda División. El equipo canario, que comenzó la temporada con buen pie y promesas de estabilidad, se ha desinflado hasta caer por el precipicio. El fútbol, a veces, no perdona ni a los que lo juegan bien.
Por su parte, el CD Leganés agoniza. Con apenas una jornada por delante, necesita una carambola de resultados y una victoria propia. Tiene pie y medio en la categoría de plata, y el otro ya resbala. Es la zona baja: todo es drama, nada es justo, y el VAR, para muchos, no es árbitro… es verdugo.
La paradoja: más tecnología, menos confianza
Alavés ha sido constante en su queja, pero siempre dentro de los cauces institucionales. No ha buscado incendiar, pero tampoco puede callar más. Porque cuando las decisiones dudosas se repiten con precisión estadística, ya no hablamos de mala suerte. Hablamos de un patrón. Y si ese patrón no se revisa, entonces no hay competición limpia: hay una narrativa disfrazada de reglamento.
En Vitoria, cada revisión del VAR ya no es una oportunidad de justicia. Es un déjà vu con sabor amargo. Una ruleta sin lógica. Una sospecha que crece mientras la salvación se juega con el margen de un penalti que no fue… o sí, pero para otros.