El Athletic Club sigue de cerca a sus jóvenes talentos cedidos en Segunda División, donde algunos jugadores, como Aingeru Olabarrieta y Peio Canales, destacan por su rendimiento y crecimiento
El Athletic Club siempre ha tenido algo de paradoja. Se proclama eterno en su fidelidad a la cantera, pero vive condenado a reinventarse en cada generación. Y ahí entra en juego su ejército de jóvenes cedidos, chavales que, lejos del cobijo de San Mamés, aprenden a sobrevivir en campos menos glamorosos pero infinitamente más duros. Es en esos estadios de Segunda, donde el césped es menos verde y los focos menos brillantes, donde se forjan las verdaderas resistencias.
Esta temporada, algunos de esos nombres empiezan a resonar con fuerza. Aingeru Olabarrieta se ha convertido en pieza clave en el Andorra con apenas 19 años; Iker Varela se ha ganado la titularidad en el Mirandés como quien conquista un territorio hostil; y Peio Canales, con su debut goleador en el Racing de Santander, ha demostrado que la pólvora joven también puede encender fuegos grandes. Tres destinos distintos, una misma esperanza, que Valverde, en un futuro no tan lejano, los mire con la seriedad de quien encuentra una solución casera a un problema global.
Un plan a fuego lento: la política de cesiones
El Athletic no improvisa. Su estrategia de cesiones tiene la paciencia de un viticultor que observa la uva madurar, sabiendo que el buen vino no se obtiene a la carrera. La temporada pasada fue testigo de ello, Urko Izeta y Unai Egiluz regresaron tras su paso por el Mirandés, aunque Izeta pagó el peaje cruel de una lesión que frenó su curva ascendente. Mientras tanto, Hugo Rincón acumulaba minutos en el Girona, consolidando esa mezcla de nervio y temple que tanto se busca en un futuro león.
Este método, tan simple en apariencia, revela en realidad un delicado equilibrio, exponer al jugador al rigor de la competición sin quemar etapas, darles la intemperie para que aprendan a resistir, pero siempre con la promesa del regreso. Porque el Athletic no solo observa, sino que acaricia la idea de un relevo generacional construido desde dentro, sin cheques millonarios ni fichajes importados. En ese contraste reside su grandeza y, también, su fragilidad.
Promesas que ya reclaman protagonismo
Entre todas las historias, la de Aingeru Olabarrieta merece un subrayado. Su volea frente al Córdoba, celebrada como un destello en la noche andorrana, no solo exhibió técnica sino también carácter. “Jugadores como Aingeru o como Minsu me parecen de máximo nivel”, dijo su entrenador con la naturalidad de quien sabe que está viendo crecer algo extraordinario. La ironía es clara, en un club acostumbrado a mirar hacia Bilbao, Olabarrieta ha tenido que brillar a más de 500 kilómetros de distancia.
Y luego está Peio Canales, el inesperado agitador del Racing de Santander. Su estreno goleador, aderezado con asistencias, lo presenta como un futbolista versátil, capaz de inventar jugadas donde otros solo ven muros. Con contrato hasta 2026, su futuro parece escrito con tinta rojiblanca, aunque todavía falta la rúbrica de Valverde. Tal vez en breve deje de ser un “cedido prometedor” para convertirse en un león de pleno derecho. O, quién sabe, quizá el tiempo vuelva a recordarnos que en el fútbol las certezas duran lo que un suspiro.