Estados Unidos se prepara para recibir el Mundial de Clubes 2025 con un despliegue sin precedentes. Ciudades icónicas, estadios colosales y partidos de alto voltaje marcarán el pulso de un torneo que será mucho más que fútbol
En un país donde el fútbol era visto, hasta hace poco, como un deporte exótico, el 2025 lo convertirá en epicentro de una revolución planetaria. El nuevo Mundial de Clubes transformará a Estados Unidos en un tablero de ajedrez multicolor donde las piezas no serán caballos ni alfiles, sino camisetas sudadas de gloria. Con 32 equipos, estadios monumentales y ciudades que se disputan la etiqueta de “capital del fútbol por un día”, el torneo será algo más que una antesala de 2026, será el ensayo general de un imperio que, por fin, se toma en serio la redonda.
Miami, con su Hard Rock Stadium, será una especie de Riviera del balón, palmeras, sudor y goles. Ahí debutará Inter Miami contra Al Ahly, mientras Boca se cruzará con Benfica y más tarde con Bayern. Nueva York-Nueva Jersey, con el gigantesco MetLife, parecerá un coloso de mármol moderno, digno de una final entre titanes. Y Atlanta, la ciudad donde el futuro parece haberse construido ayer, mostrará su Mercedes-Benz Stadium como un platillo volador que aterrizó para recibir a Chelsea y Manchester City. Cada ciudad, una historia; cada estadio, una catedral provisional.

Contrastes de estadio: entre el templo antiguo y el coliseo digital
Mientras en Pasadena el Rose Bowl evocará glorias del pasado con su estilo retro, casi de novela gráfica en sepia, Cincinnati ofrecerá el contraste brutal con el TQL Stadium, moderno, minimalista y joven, como una aplicación recién instalada. El primero, con ecos de Maradona y fútbol olímpico. El segundo, con la promesa de un nuevo público que aún se está enamorando del juego. Ironías del fútbol, el estadio más antiguo recibe a PSG y Atlético, mientras el más nuevo verá a Bayern enfrentar a Auckland City.
Charlotte, ciudad de acentos suaves y orgullo creciente, exhibirá el renovado Bank of America Stadium como símbolo de ambición sureña. Allí, el Real Madrid enfrentará a Pachuca en lo que suena, en el papel, como una cita despareja hasta que el balón empieza a rodar y los prejuicios se caen como defensores mal parados. En Washington D.C. y Nashville, estadios más modestos recordarán que el fútbol también es hijo de lo íntimo, de las gradas cercanas y la épica contenida.
Más que partidos: ensayo para una hegemonía futbolera
En el fondo, este Mundial de Clubes es una declaración de intenciones. Estados Unidos no solo quiere organizar bien, quiere ser el escenario donde el fútbol deje de hablar solo en español, portugués o alemán, y empiece a pronunciarse también en inglés con acento texano o neoyorquino. Las semifinales en el MetLife y los cruces de octavos repartidos por todo el mapa trazan un calendario que es, en realidad, una coreografía logística digna de un Mundial del siglo XXI.
La pregunta, sin embargo, queda flotando, ¿puede un país que aprendió fútbol viendo repeticiones de goles en YouTube convertirse en sede espiritual del juego? Tal vez sí. Porque si algo ha demostrado Estados Unidos es que puede convertir cualquier espectáculo en religión, y cualquier estadio en templo. El Mundial de Clubes 2025 será el primer versículo de una biblia que aún se está escribiendo, con goles, con luces LED y con entradas agotadas.