El Celta regresa a la escena europea con una plantilla en la que conviven veteranos con amplio recorrido internacional y un grupo numeroso de debutantes que vivirán su primera experiencia continental
El regreso del Celta a Europa no es simplemente un calendario repleto de viajes, aeropuertos y himnos previos al pitido inicial. Es una suerte de ritual de paso, casi un examen de madurez, para un vestuario donde abundan los rostros que nunca han sentido el vértigo de competir más allá de las fronteras. Apenas un puñado de jugadores sabe lo que significa escuchar el rugido de estadios en Turquía, Alemania o Grecia bajo la presión de que un error pueda costar una temporada. Para el resto, la experiencia continental será una primera cita, emocionante, sí, pero también repleta de nervios y silencios incómodos.
El contraste es brutal. Mientras algunos futbolistas arrastran kilómetros de bagaje europeo en sus botas, otros apenas han rozado la alfombra roja de la Champions como suplentes o espectadores privilegiados desde el banquillo. El Celta se prepara para un escenario donde la veteranía pesa tanto como el talento, y en ese campo de batalla las diferencias entre debutantes y veteranos se vuelven más visibles que nunca, como luces y sombras proyectadas en un mismo vestuario.
Los guardianes de la memoria: referentes con cicatrices europeas
Marcos Alonso se erige como el mapa humano que puede guiar a este grupo de exploradores inexpertos. Con un recorrido que arranca en la Fiorentina y se consagra con Chelsea y Barcelona, acumula títulos, minutos y duelos contra rivales que ahora vuelven al horizonte celeste. Él no solo aporta experiencia: encarna la certeza de que sobrevivir en Europa no es un accidente, sino el resultado de la constancia y la astucia.
No está solo en esa trinchera. Borja Iglesias trae consigo la memoria de noches intensas con Espanyol, Betis y Bayer Leverkusen. Sus goles en previas y fases decisivas lo convierten en un delantero que sabe que el hambre de marcar se multiplica cuando el rival lleva en el escudo un nombre europeo. Y junto a ellos, Iago Aspas, el último testigo del EuroCelta de 2017, es mucho más que un capitán: es un símbolo. Su pasado de semifinalista con el equipo de Berizzo lo convierte en la brújula emocional de un vestuario que necesita tanto la calma de un veterano como el ímpetu de un líder que ya ha probado la gloria y el dolor en estos escenarios.
Entre promesas y primeras armas
Franco Cervi y Carl Starfelt representan otra categoría, jugadores curtidos en otros clubes, con experiencia adquirida a miles de kilómetros de Vigo. Cervi trae consigo la marca de la Champions con Benfica, con duelos frente al mismo PAOK que se cruzará ahora en el camino celeste. Starfelt, por su parte, carga con los ecos de Glasgow, donde la camiseta del Celtic lo empujó a medir fuerzas en Europa League y Conference. Ellos son recordatorio de que la experiencia no siempre viene con el escudo propio, pero sí puede transferirse como un idioma aprendido en otra tierra.
Más atrás en la fila, aparecen las jóvenes promesas y los curiosos casos de futbolistas que apenas han saboreado instantes europeos, minutos dispersos de Ilaix Moriba, la corta travesía de Mingueza con el Barça, las apariciones de Swedberg en Conference o los asientos de lujo ocupados por Aidoo, Ristic y Villar desde los banquillos. Para ellos, el salto a la Europa real será como lanzarse al mar sin boya, pero con la certeza de que nadar o hundirse marcará sus carreras. Y quizás esa mezcla de inocencia y ambición sea el combustible que el Celta necesita para no ser solo un invitado más, sino un competidor incómodo, de esos que incomodan porque no entienden de jerarquías ni de miedos.