Han expuesto mi cabeza para tapar carencias de otros
Cuando un entrenador habla después de ser destituido, suele hacerlo con diplomacia, algo de resignación y el tono pulido que exige el manual de los clubes. Fran Escribá, en cambio, ha preferido romper el guion. Sin rencor, pero con la certeza de quien ha visto el mecanismo desde dentro, el técnico valenciano ha encendido todas las luces del vestuario del Granada… y lo que ha quedado a la vista no es precisamente reconfortante.
“Es la destitución más incomprensible de mi carrera”, ha sentenciado. Y no suena a despecho. Suena a verdad incómoda. Escribá ha dejado claro que su salida no fue una cuestión deportiva, sino un sacrificio simbólico. Una decapitación funcional. Un recurso antiguo: cuando todo falla, corta al entrenador y que parezca que haces algo.
De la corrección al silencio incómodo
El Granada, en su narrativa oficial, vendió el cambio de técnico como una decisión táctica. Pero Escribá desmonta ese relato con precisión quirúrgica. Habla de un vestuario partido, de decisiones ignoradas, de una directiva que no escuchó cuando aún se podía corregir el rumbo.
El episodio clave: el mercado de invierno. Dos jugadores querían marcharse. Escribá pidió que se quedara Uzuni, su delantero más resolutivo. Se quedó, en cambio, el que debía salir: Hongla. “No se respetó la decisión del cuerpo técnico”, lamenta. Y con esa frase, se dice todo sin necesidad de elevar el tono.
También recuerda con perplejidad la salida del director deportivo Matteo Tognozzi en febrero. Una maniobra que, lejos de calmar, desestabilizó aún más. “Generó un problema donde no lo había.” Como si alguien hubiera decidido apagar un incendio con gasolina.

Sophia Yang, el poder sin el control
En sus palabras, Escribá deja claro que la presidenta del club, Sophia Yang, no fue su verdugo directo. “Ella siempre me animó. No tomó la decisión, solo la ejecutó.” Una frase que parece elogio pero es, en realidad, una crítica velada al funcionamiento institucional del club. Una presidenta que firma lo que otros redactan. Un club donde las decisiones bajan por una escalera demasiado empinada.
De la remontada al despido: la ironía final
Escribá no llegó a un Granada cómodo. Lo recogió desordenado, desmoralizado y en zona de descenso. Y lo estabilizó. No con brillantez, pero sí con coherencia. Lo alejó del abismo, reorganizó al equipo, empezó a construir. Y cuando por fin el suelo parecía firme… se lo quitaron de debajo.
“Nos encontramos mil problemas. Teníamos pocos puntos y estábamos cerca del descenso, pero lo revertimos”, recuerda, con una mezcla de orgullo y amargura.
Porque si hay algo que duele en el fútbol moderno, no es solo perder el puesto. Es perderlo sabiendo que lo estabas haciendo bien.
El fútbol y su viejo truco
Al final, lo de Escribá no es una historia nueva. Es la historia de un técnico que sabe demasiado y calla poco. De un club que disfraza sus errores con humo táctico. De un vestuario dividido y una directiva que, en lugar de liderazgo, practica escapismo.
Y también es una advertencia: cuando se empieza a despedir por imagen, y no por resultados, es el proyecto —no solo el entrenador— quien entra en cuidados intensivos.