Sergio Pellicer afronta su último año de contrato con el Málaga CF y deja claro que repetir la temporada pasada no será suficiente para garantizar su continuidad
Sergio Pellicer camina sobre una cuerda floja tendida en La Rosaleda. Su contrato con el Málaga CF entra en su último año, y aunque en el pasado fue el arquitecto de un ascenso y después de una permanencia, la memoria futbolera es tan frágil como una pompa de jabón al viento, lo hecho ayer, hoy ya no basta. En un club acostumbrado a la exigencia inmediata, repetir resultados no es sinónimo de continuidad, sino casi una sentencia de caducidad.
El propio Pellicer lo asume con una mezcla de franqueza y resignación. Reconoce que la estabilidad no llega por inercia ni por el simple peso de la experiencia. “Si repito la temporada pasada, no me vale para quedarme”, sentencia. La paradoja es cruel, triunfar un año significa empezar desde cero al siguiente. Como un agricultor que cada primavera debe volver a sembrar aunque el campo haya florecido espléndidamente el verano anterior.
Objetivos claros y la dificultad de las segundas veces
El técnico malaguista no se engaña con espejismos de continuidad. Sabe que la segunda temporada tras un ascenso nunca es una reedición feliz, sino una montaña más empinada y con menos oxígeno. Pellicer lo explica con lucidez, equipos como Andorra o El Ferrol soñaron con repetir la hazaña, pero la realidad es que el fútbol no concede segundas lunas de miel con facilidad.
Por eso insiste en que el Málaga debe ser humilde, mejorar no solo en números, sino en sensaciones. La exigencia no es sumar lo mismo, sino crecer en ilusión y puntos. La ironía late en sus palabras, un club que sobrevive de lo inmediato, que vive de la euforia y la crítica desmesurada, debe al mismo tiempo cultivar la paciencia de un relojero. El fútbol, al fin y al cabo, es ese juego contradictorio donde todo se mide en noventa minutos, pero se juzga como si fueran décadas.
Relación con el club y los suyos
En medio de la incertidumbre contractual, Pellicer se aferra a la realidad más tangible, su relación con Loren Juarros, director deportivo del club. La define como un matrimonio en su tercer año, con discusiones, cariño y esa testarudez compartida que los mantiene unidos en la búsqueda de lo mejor para el Málaga. Lo dice sin adornos, ninguno de los dos está para halagos vacíos, pero ambos comparten la honestidad de querer un proyecto sólido.
Más allá de los despachos, el entrenador pone el foco en lo esencial, los jugadores. Habla con orgullo de los jóvenes que han emergido en este proceso, de Alfonso a Luismi, como si fueran semillas que empiezan a brotar en terreno pedregoso. No olvida tampoco a los veteranos que han acompañado este camino, piezas que dan solidez a un puzzle que se construye con paciencia. El mensaje es claro, el futuro del Málaga no se negocia en una firma de contrato, sino en el vestuario, en el césped y en la convicción de que se está creando “algo muy bonito”.