El Celta mostró coraje, fútbol y fe para igualar un duelo adverso frente al Atlético y revivir su espíritu competitivo con un Iago Aspas histórico que volvió a encender Balaídos
El Celta de Vigo se reencontró con su esencia en una noche que supo a redención. El equipo de Claudio Giráldez, empujado por una afición incansable, logró un empate con alma ante el Atlético de Madrid en un partido que tuvo todos los ingredientes del fútbol grande, emoción, intensidad y épica. A pesar de un inicio cuesta arriba, el conjunto celeste nunca perdió la fe, y ese espíritu encontró su recompensa en los pies de un hombre destinado a escribir la historia del club, Iago Aspas.
El encuentro comenzó con vértigo. El Atlético golpeó primero con un desafortunado autogol de Starfelt y dominó el ritmo con la serenidad de los equipos grandes. Griezmann manejaba los hilos con maestría, pero la expulsión de Lenglet antes del descanso cambió por completo el rumbo del choque. Balaídos, consciente de que aún quedaba historia por escribir, rugió con una energía que contagió a los suyos y preparó el escenario para lo que estaba por venir.
Aspas volvió a encender Balaídos con un gol que devolvió la ilusión y confirmó su legado eterno en el Celta
Con un hombre más, el Celta salió al segundo tiempo decidido a cambiar su destino. Giráldez movió el banquillo con precisión quirúrgica y dio entrada a Hugo Álvarez, Bryan Zaragoza y al alma del equipo, Iago Aspas, que cambió la noche con su sola presencia. Desde su ingreso, el ‘10’ agitó el ataque vigués, interpretando el juego entre líneas y liderando las combinaciones ofensivas. La recompensa llegó en una jugada que condensó coraje y fe, Aspas, siempre en el lugar adecuado, cazó un balón suelto en el área y lo mandó al fondo de la red.
El estadio estalló. No era solo un gol, era una declaración de identidad. Aspas, eterno capitán, igualó además a Manolo Rodríguez como uno de los jugadores con más partidos en la historia del club. Balaídos, consciente del valor simbólico de ese tanto, coreó su nombre como si el tiempo se hubiera detenido. Fue el renacer del gen celeste, un recordatorio de que el Celta, mientras tenga a Aspas, siempre tendrá esperanza.
El Celta se adueñó del partido y despidió la noche con orgullo y comunión total con su afición en un mensaje claro de fe y ambición
Desde el empate, el Celta fue dueño absoluto del juego. Bryan Zaragoza ofreció electricidad pura por banda y Borja Iglesias peleó cada balón como si fuera el último. El Atlético, en inferioridad, resistía con un bloque bajo y pocas respuestas. Solo un intento aislado de Le Normand puso a prueba a Radu, firme y seguro en la portería. Cada ataque celeste era acompañado por el rugido del público, en una sinfonía perfecta entre jugadores y grada.
El pitido final no trajo frustración, sino orgullo. Giráldez lo resumió con una frase que sintetiza el espíritu del equipo. “Este es el camino. Somos un equipo que nunca se rinde”. En esa frase y en el gol de Aspas se condensa el alma del nuevo Celta, un grupo que lucha, emociona y se niega a rendirse. Balaídos lo sabe, el corazón del celtismo late más fuerte que nunca.