Carlos Sainz llega a Monza con la esperanza de transformar la inestabilidad de su temporada en un nuevo impulso para Williams
Hay circuitos que son simples trazados de asfalto y otros que rozan la categoría de talismanes. Para Carlos Sainz, Monza pertenece a la segunda especie, un santuario donde la velocidad se mezcla con la memoria. Aquí, en 2020, vestido de naranja McLaren, rozó la gloria con un podio inesperado. Aquí también, en 2023, subido a un Ferrari enardecido por su público, volvió a sentir el rugido de un estadio romano disfrazado de graderío. Hoy regresa en azul Williams, menos glamuroso, quizá, pero cargado de esa ambición obstinada que tanto caracteriza a los madrileños.
La historia es caprichosa. Mientras Sainz busca en Monza el punto de inflexión que rescate su temporada irregular, también se juega la credibilidad de un proyecto británico que oscila entre la nostalgia y la reinvención. Porque Williams no solo compite contra rivales en pista, lucha contra su propio pasado glorioso, ese que cada podio ajeno le recuerda con un dejo de crueldad.
Una temporada entre sombras y destellos
El presente de Sainz parece escrito a mano por un dramaturgo con humor negro. Arrancó el año con apenas un punto en cuatro carreras, como si la mala suerte se hubiera instalado en su garaje. Luego, un par de destellos en Arabia Saudí, Miami, Emilia-Romaña y Mónaco parecían anunciar un giro esperanzador. Pero la ilusión, como arena entre los dedos, se desvaneció demasiado pronto: siete pruebas recientes y solo un punto como botín.
Este vaivén no solo mina la moral de Sainz, también salpica a Williams, que coqueteaba con ser la quinta fuerza del campeonato y ahora siente el aliento de Aston Martin y Racing Bulls. El contraste es hiriente, de verse como un equipo renacido a temer que la vieja fragilidad vuelva a definir su temporada.
Entre la esperanza y el horizonte lejano
El contraste dentro del propio box es otro espejo incómodo. Mientras Sainz carga con tropiezos, Alexander Albon disfruta de cierta estabilidad, acumulando puntos y confianza. El tailandés llega a Monza con la tranquilidad de haber puntuado en sus últimas visitas, convencido de que la clasificación con sus juegos de rebufos y estrategias puede ser el gran juez del fin de semana. Dos pilotos, mismo coche, destinos opuestos: la paradoja perfecta de un deporte que premia tanto la suerte como el talento.
Y mientras los focos apuntan a Monza, Williams ya diseña un futuro más lejano. James Vowles, pragmático hasta la médula, insiste en que el verdadero objetivo no está en 2024, ni siquiera en 2025, sino en la gran reestructuración prevista para 2026. Nuevo enfoque técnico, pilotos mejor preparados, una base sólida para recuperar la élite. Monza, entretanto, se erige como ese puente emocional, la oportunidad de recordar que la grandeza, aunque dormida, aún respira bajo el azul.