Montecarlo dictó sentencia y McLaren resucitó con gloria quirúrgica. Verstappen manda, pero los puntos se le escapan como arena entre los guantes. La F1 entra en su fase más impredecible, donde hasta el caos tiene estrategia
La victoria de Lando Norris en Montecarlo no fue solo una hazaña deportiva, sino una cirugía de alta precisión en una sala de operaciones que no admite anestesia. Cada curva del Principado es una cuchilla afilada, o cortas con exactitud milimétrica, o te desangras contra los muros. McLaren, con manos firmes y pulso de relojero, volvió a la cima tras 17 años de sequía, como si el tiempo ese enemigo implacable hubiera decidido darles un respiro. El sol monegasco brilló, pero no más que el casco naranja de Norris.
Desde 2013, ningún piloto ha logrado repetir victoria en este circuito endemoniado. Su trazado es tan traicionero como un amante celoso, exige fidelidad absoluta al volante, y castiga cualquier flirteo con la improvisación. Mientras Verstappen reina sin discusión en trazados lógicos como Imola o Catalunya donde el control se impone a la inspiración Montecarlo se rige por otra ley, la del caos selectivo, donde el talento debe bailar con la fortuna sin pisarle los pies.

Verstappen: el emperador sin corona
Max Verstappen sigue siendo el metrónomo de esta temporada, aunque el pentagrama no siempre le dé la nota más alta. Lideró la carrera en Montecarlo con la soltura de quien ya se sabe dominador, hasta que una bandera roja tan inoportuna como una siesta en plena ópera le arrebató el libreto de las manos. Paradójicamente, lidera el campeonato en vueltas completadas, pero no en puntos, 175 giros en cabeza, pero aún por debajo del líder por 25 unidades. Constancia sin recompensa; poder sin trono.
Mientras tanto, Norris firmó una actuación de coleccionista, pole position, vuelta rápida y victoria. Un “hat trick” que recuerda que, a veces, los pilotos no solo manejan autos, sino el destino mismo. Igualó en triunfos a su compañero Piastri y dejó una vuelta récord de 1’09.954, un número que ya no es solo estadística, sino poesía pura inscrita en el asfalto. Como Bottas en sus días de gloria fugaz, Lando demostró que la paciencia no es debilidad, sino estrategia.
Entre promesas que florecen y glorias que marchitan
Detrás del brillo de los reflectores, algunas sorpresas sembraron dudas en la jerarquía establecida. Isack Hadjar, con el descaro de los que no tienen nada que perder, se coló entre los mejores con una actuación que ni él habría soñado. Terminó sexto, superando a Tsunoda y demostrando que el futuro ya no espera en la fila. Liam Lawson también dijo presente, tras el castigo de Miami, sus primeros puntos son más que cifras, son redención sobre ruedas.
Y mientras unos ascienden como la espuma de un champagne bien agitado, otros se hunden sin hacer ruido. George Russell, víctima de un fallo electrónico, rompió su racha de Q3 y sumó un gran premio sin puntos, dejando a Mercedes atrapado en un bucle de mediocridad que ya dura más que un lamento. Alonso tampoco escapó al embrujo del infortunio, problemas mecánicos le negaron la gloria, y si no puntúa en Barcelona, volverá a cifras que no ve desde que la Fórmula 1 aún olía a tabaco y testosterona. Solo Sainz rescató el honor español con un punto solitario, tan valioso como una sonrisa en un funeral.