Alex de Miñaur no perdió solo un partido en Roland Garros; perdió la paciencia. Agotado física y mentalmente, estalló contra el calendario de la ATP
En un Roland Garros tan volátil como una tormenta en primavera, Alex de Miñaur cayó en segunda ronda, pero el verdadero estruendo no vino del resultado, sino de sus palabras. Derrotado por un Aleksandr Búblik que reescribió el guion con la frialdad de un ajedrecista ruso, el australiano no se refugió en excusas técnicas. Prefirió disparar hacia el cielo nublado de la ATP, acusando al calendario de ser una trituradora sin pausa, más diseñada para exprimir cuerpos que para celebrar talentos.
“Estoy quemado”, confesó, con la honestidad cruda de quien ya no puede sostener el disfraz del guerrero incansable. Y en esa frase breve, sincera, casi infantil en su desesperación se condensó una verdad incómoda, el circuito no se detiene, ni siquiera cuando sus protagonistas comienzan a desmoronarse. La derrota fue solo el telón; lo que se representaba en escena era otra cosa, el colapso silencioso de un sistema que ha confundido el espectáculo con la sobreexplotación.

Una rueda que no deja de girar
No está solo. Carlos Alcaraz ya había elevado la ceja y la voz contra el ritmo suicida de la ATP. Pero lo que diferencia a De Miñaur es el momento, en plena sala de prensa, con la piel aún húmeda de esfuerzo y la mirada en ruinas, habló como quien grita desde un naufragio. “Hoy habría ganado este partido el 99,9% de las veces pero me he hundido”, dijo, sin metáforas. Porque ya no hacen falta. El hundimiento no es metafórico cuando el motor se quema de tanto girar.
El circuito parece más una rueda de hámster que una pasarela para genios. Entre torneos, vuelos, exhibiciones y la dictadura del ranking, no queda espacio ni para el silencio. De Miñaur lo resumió con precisión quirúrgica. “Gira de forma infinita”. Y como toda máquina infinita, solo sabe hacer una cosa, avanzar. Aunque lleve por delante huesos, tendones y cabezas.
El precio de jugar sin pausa
“Reducir el calendario”. Tres palabras tan sensatas como impronunciables en las oficinas de la ATP. En el tenis moderno, la pausa es subversiva, y descansar es casi un acto revolucionario. Según el propio De Miñaur, los jugadores apenas tienen un respiro entre el final de temporada y el inicio de la siguiente. Dos días libres, lo justo para hacer la maleta de regreso y volver a partir. Como si fueran turistas perpetuos de su propia vida.
¿Hasta cuándo? Esa es la pregunta que flota, molesta y sin respuesta, en los pasillos del circuito. Porque si bien las raquetas siguen sonando, lo que empieza a crujir y fuerte es el alma de quienes las empuñan. Y si algo nos recuerda esta derrota de Miñaur, es que en el tenis, como en la vida, hay veces que se pierde mucho antes del último punto.