En medio del Grand Slam más prestigioso del mundo, dos leyendas cambiaron la raqueta por el gesto. Nadal impulsó a un joven brasileño; Djokovic, a un argentino que venció sus propios fantasmas
En un torneo donde cada golpe puede ser sentencia o redención, dos gigantes del tenis decidieron hacer algo más que ganar partidos. Rafael Nadal, eterno monarca de Roland Garros, se convirtió en mentor de un joven brasileño, como quien ofrece un farol encendido en medio del laberinto. En paralelo, Novak Djokovic casi siempre retratado como el antagonista del cuento mostró una faceta insospechadamente luminosa, celebró en vivo y con palabras cálidas el triunfo de Federico Gómez, un argentino que juega con más cicatrices que ranking.
La escena tuvo algo de fábula y mucho de verdad. Mientras Nadal alienta a una promesa sudamericana con discreción casi sacerdotal, Djokovic, aún jadeante tras vencer a Mackenzie McDonald, se enteró del triunfo de Gómez en una entrevista y no disimuló la alegría. “Bravo, Fede, amigo, me pone contento”, dijo el serbio, con una sinceridad que derribó cualquier pose mediática. En un deporte donde la frialdad a menudo se viste de profesionalismo, aquel gesto fue un exabrupto de humanidad.

Djokovic y Gómez: Más allá del ranking, más allá del tenis
La historia entre Djokovic y Gómez no nació en un palco ni en una rueda de prensa, sino en entrenamientos compartidos, en diálogos sin público y en un mensaje enviado cuando más se necesitaba. Cuando Federico confesó su batalla con la depresión, Djokovic no dudó. “Siempre hay luz al final del túnel”, escribió. Y no lo hizo como campeón carismático, sino como alguien que reconoce en el otro la misma fragilidad que oculta bajo los trofeos.
En un circuito que suele barrer las emociones debajo de la alfombra, Djokovic decidió barrer el polvo de la indiferencia. Al apoyar públicamente a Gómez, dio un golpe esta vez emocional más fuerte que cualquier revés cruzado. Porque en el fondo, el serbio entiende algo esencial, hay partidos que no se juegan en la cancha, y ahí también se puede ganar si se ofrece una mano, una palabra, una presencia.
Federico Gómez: De la sombra al polvo de oro
Gómez, 144 del mundo, pisó París como quien entra de invitado a una gala para la que no recibió invitación. Entró como lucky loser, tras caer en la última ronda de la qualy. Pero lo que parecía un papel secundario se transformó en una actuación principal, derrotó en cuatro sets a Aleksandar Kovacevic, 76 del ranking, con la soltura de quien ya ha vencido algo mucho más difícil que un rival.
El “Bombardero de Merlo” nombre de guerra y barrio tiene ahora un nuevo reto: enfrentarse a Cameron Norrie, verdugo del aristocrático Medvedev. Pero su verdadera victoria ya está escrita, demostrar que se puede salir del túnel y golpear con fuerza, aunque el ranking diga otra cosa. En la ciudad de la luz, Gómez empieza a brillar por cuenta propia, pero con el reflejo agradecido de aquellos que le tendieron un faro.