Cinco años, cinco veces el mismo veredicto: Edy Tavares es el mejor defensor de la ACB. Su dominio no es una racha, es una era. Y cada temporada lo confirma con la serenidad de quien ya es leyenda
Cinco de cinco. Así, sin rodeos ni adornos innecesarios. Edy Tavares ha sido elegido, por quinta vez consecutiva, el Mejor Defensor de la Liga Endesa. Un galardón que ya no parece premio, sino protocolo. Cada temporada, la ACB le recuerda al resto de mortales que intentar anotar cerca de Tavares es como tratar de pasar una tormenta con un paraguas de papel. Lo intentan, claro. Y fracasan, claro.
En la votación, ni la sorpresa se atrevió a asomarse. El caboverdiano recibió 21 votos, más que cualquier otro, y con razón, Alberto Díaz, que es todo garra y anticipación, y Kameron Taylor, versátil y explosivo, apenas pudieron hacer sombra. Detrás, nombres de peso como Albicy o Satoransky. Pero Tavares no compite contra ellos. Compite contra su propio historial. Y, por ahora, lo sigue venciendo.

Más que números: una fuerza gravitacional
Las estadísticas pueden decir mucho y aun así quedarse cortas. Tavares lidera la liga en tapones (1,5 por partido) y es cuarto en rebotes (6,5). En cualquier otra disciplina, sería como nadar entre tiburones y salir sin un rasguño. Pero lo más fascinante es su presencia, no sólo bloquea tiros, los disuade. No sólo rebotea, sino que reorganiza el juego alrededor de sí mismo. Su defensa no se mide en números, se percibe en el temblor de los atacantes.
Cinco premios seguidos. Nadie más lo ha hecho. Y mientras otros celebran campañas brillantes, Tavares parece simplemente cumplir con una rutina. Como quien se cepilla los dientes o cierra las ventanas antes de dormir. La defensa es su hábitat natural, su idioma nativo. La pintura, su reino. El pánico en los ojos rivales, su firma invisible.
El guardián del momento decisivo
En el Real Madrid ya no se habla de ganar la fase regular. Eso está hecho. Se piensa en lo que viene, los playoffs, ese territorio donde el baloncesto se vuelve ajedrez y guerra. Allí, Tavares entra en su modo depredador. Desde marzo, el cuerpo técnico lo ha dosificado. No por fatiga, sino por estrategia, el coloso se prepara para lo que importa. Para el ahora o nunca.
Porque si hay algo que define a las leyendas, es su puntualidad. Tavares aparece cuando todo tiembla. Cuando el partido se decide por un rebote, un tapón, una intimidación. No grita, no gesticula. Simplemente actúa. Y en ese silencio suyo, tan imponente como un acantilado en medio del mar, late una verdad evidente: en la defensa, él es ley y evangelio.