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Del enfado al objetivo: Alonso culpa a Aston Martin y apuesta todo a 2026

Fernando Alonso ha dejado de esperar milagros en 2024. El desencanto con Aston Martin es evidente y su mirada ya apunta a 2026. Lo que antes era ambición inmediata, hoy es una apuesta a largo plazo

Fernando Alonso, ese hombre que alguna vez domó bólidos como quien acaricia un tigre, ha tenido que tragarse otro fin de semana indigesto en Mónaco. Tras una clasificación digna de sus mejores días séptimo, y con la astucia suficiente para capitalizar la sanción a Hamilton, la esperanza se desmoronó al ritmo del humo que brotó de su motor. No fue una avería; fue un acto de traición mecánica, una de esas puñaladas sin filo que duelen más por previsibles que por contundentes.

El gesto de Alonso al bajarse del coche no necesitó traducción, la frustración se le escurría por los poros como aceite quemado. Pero lo sorprendente no fue la rabia, sino lo que vino después. Ni una palabra de más, ni un grito. Solo una frase que sonó más a epitafio que a excusa. “No hay tiempo para lamentarse”. El guerrero herido no llora en público; ya piensa en la próxima batalla. Solo que esta vez, esa batalla no será mañana será en 2026.

Fernando Alonso
La temporada 2024 con Aston Martin no está cumpliendo sus expectativas

Esperando el diluvio: todo a una carta llamada 2026

Mientras otros se aferran al ahora, Alonso parece haber hecho las paces con la espera. El reglamento de 2026 ese críptico texto técnico que para la mayoría suena a burocracia, pero que para él es un evangelio se ha convertido en su nuevo mantra. “Ganar en Australia en 2026”, dice, como quien pronuncia una contraseña secreta. Ha cambiado la tabla de posiciones por un reloj de arena. Y si la arena cae lenta, mejor, más tiempo para preparar la emboscada.

Hoy corre, sí, pero con un pie en el presente y la cabeza en el futuro. El AMR25 es más un simulador que un coche de carreras. Cada fin de semana es una clase práctica, qué no hacer, qué ajustar, qué aprender. Lo que antes eran sueños de podios se han transformado en ejercicios de paciencia. Alonso ya no habla de ilusión; habla de preparación. La diferencia entre ambos no es solo semántica. Es el paso del entusiasmo juvenil al estoicismo de un veterano.

Del silencio al reproche: dardos directos a Aston Martin

Pero hasta los estoicos tienen un límite. Y en Montecarlo, Alonso lo alcanzó. Su análisis post-carrera fue quirúrgico, sin metáforas ni eufemismos. “El motor no estaba bien”. No culpó al destino, ni a la meteorología, ni al azar caprichoso. Culpó a Aston Martin. Como quien deja de ser diplomático y empieza a ser honesto, tiró de la alfombra y mostró la suciedad. “Hay seis o siete motores Mercedes en pista, y se rompió el mío”. No fue un fallo, fue un síntoma.

Ese señalamiento público no es casual. Es una advertencia. Alonso, como esos generales que ya no esperan refuerzos pero exigen dignidad en la retirada, le está pidiendo a su equipo que despierte. No está dispuesto a regalar su última gran oportunidad. No tolerará chapuzas ni palabras huecas. Sabe que el camino a la redención empieza hoy, no dentro de dos años. Y mientras tanto, seguirá ahí, serio, testarudo, un poco más solo, pero aún con fuego en la mirada.

Fernando Alonso