El Gran Premio de Mónaco 2025 prometía revolución y terminó en farsa. Las nuevas reglas no trajeron emoción, sino estrategias turbias. Carlos Sainz, indignado, alzó la voz contra un sistema que premia la trampa elegante
Cada año, el Gran Premio de Mónaco promete emoción y termina ofreciendo una siesta televisada con olor a gasolina cara. En 2025, la FIA intentó disfrazar el desfile con una norma obligatoria, dos paradas en boxes para forzar movimiento. Pero lo que parecía una jugada astuta terminó en pantomima. Como si se tratara de una ópera sin aria, vimos a pilotos ralentizados, estrategias teatrales y una carrera más manipulada que un sorteo de tómbola con ganadores predestinados.
Carlos Sainz fue uno de los pocos que no se tragó el canapé. Terminó décimo, sí, pero con un sabor de boca parecido al de una victoria robada por un truco barato. Su acusación contra Williams fue clara, usaron a Albon como muro móvil, ralentizando a propósito para que ambos pudieran cumplir con la norma sin perder posición. “Puedes ir tres o cuatro segundos más lento y no te adelantan. Eso lo dice todo”, lanzó Sainz, con esa mezcla de frustración y sarcasmo que solo conocen los que todavía creen en la pureza del deporte.

De táctica a farsa: el arte de frenar sin sanción
Pero Williams no fue el inventor del pecado, solo su discípulo más aplicado. La idea original brotó de Racing Bulls, que utilizó a Liam Lawson como escudo humano para proteger a Hadjar, convertido en beneficiario de la ralentización. La estrategia fue copiada como si fuera un meme en una red social, pronto varios equipos jugaban al mismo juego, reduciendo la velocidad con la parsimonia de quien pasea por un museo en pleno Gran Premio.
Sainz, entre resignado y furioso, disparó sin filtro, “Mónaco permite manipular la carrera como tú quieras”. Y tiene razón. La trampa es tan evidente que ni siquiera necesita disfraz. En vez de evitar la procesión de monoplazas, la norma la institucionalizó. La carrera ya no es un duelo de talentos sino una coreografía diseñada por ingenieros con más sentido táctico que sentido del espectáculo. Lo que antes era estrategia, ahora roza el amaño con guantes de seda.
El grito ético de Sainz: redimir la trampa o matar el mito
Más allá del reglamento, lo que Sainz denuncia es una erosión del espíritu competitivo. Ya no se trata de ser el más rápido, sino el más cínico dentro de la ley. “Tenemos que asegurarnos de que esto no se puede hacer”, pidió con la urgencia de quien aún quiere salvar lo que queda de nobleza en la Fórmula 1. Su reclamo no fue solo técnico, sino moral, una súplica a la FIA para que el automovilismo no se convierta en una parodia de sí mismo.
Mónaco, joya del calendario, corre el riesgo de oxidarse bajo su propio oropel. Porque no hay glamour que tape la falta de duelos, ni champán que ahogue la decepción. Mientras las cámaras enfocan yates y celebridades, la pista languidece en su propia trampa reglamentaria. O se rediseña el espectáculo, o el mito se convertirá en rutina. Y eso, para el deporte, es peor que una derrota, es la indiferencia.