Rafa Nadal regresa a Roland Garros como leyenda y testigo, sin raqueta pero con autoridad, y bendice a Joao Fonseca: el tenis despide a su campeón eterno mientras señala al heredero
Rafa Nadal ha regresado a Roland Garros como se vuelve al hogar de la infancia, con la mirada húmeda, los pies más lentos, pero el corazón intacto. Esta vez, sin empuñar la raqueta que tantas veces desgarró la tierra parisina, fue homenajeado como lo que es, el emperador de la Philippe Chatrier, coronado sin ceremonia durante dos décadas. Pero lo más revelador no fue su adiós silencioso ni las ovaciones. Fue su gesto hacia el futuro. En medio de las reverencias, Nadal alzó la mirada hacia un joven brasileño de 18 años, Joao Fonseca.
¿Quién es Fonseca? Por ahora, una promesa. Pero en boca de Nadal, esa palabra pesa como un título. “Tiene un gran futuro por delante”, dijo, con esa mezcla de certeza y mesura que solo él domina. No es la típica alabanza diplomática, sino una unción. Como si el viejo rey, antes de retirarse al exilio dorado del recuerdo, señalara al nuevo escudero con la espada de la experiencia. Fonseca no recibió solo elogios, recibió una brújula.

Talento sí, pero con raíces firmes
Las palabras de Nadal no suelen ser lanzadas al viento como hojas de otoño. Cuando habla de un joven jugador, no es solo por su derecha potente o su revés prometedor. Lo que más elogió fue su entorno. “Muy unido a su familia y su gente cercana”, dijo. Es decir, no solo ve a un tenista, sino a un chico con los pies en la tierra. Porque Nadal, que fue huracán en la pista, siempre supo ser ancla fuera de ella.
Y ahí radica su antítesis más brillante, la furia competitiva de Rafa siempre descansó sobre una serenidad doméstica casi monástica. Esa es la fórmula que ahora ve en Fonseca, potencia y paz. ¿Puede ese equilibrio sostenerlo cuando la presión apriete? Nadal cree que sí. Y cuando Rafa cree, los demás escuchan. Como si cada elogio suyo llevara impreso un sello papal “Sanctus Futurum”.
París como bautismo, no como juicio final
El debut de Fonseca en Roland Garros no será un paseo por los jardines de Luxemburgo. Al otro lado de la red le espera Hubert Hurkacz, rival curtido y de espaldas anchas. Pero, ¿qué mejor prueba para medir a un diamante que hacerlo chocar con mármol? Si pierde, será aprendizaje. Si gana, será profecía cumplida. Fonseca llega no como favorito, sino como el muchacho que carga un guiño del destino.
Y eso, en el mundo del tenis, vale más que cualquier ranking. El brasileño ya ha insinuado su talento en otras canchas, pero ahora se enfrenta a la arcilla sagrada donde las leyendas sangran para nacer. Lleva consigo la bendición del hombre que fue casi invencible allí. Como un hijo adoptivo al que el campeón entrega su espada antes de bajar del trono. Roland Garros no espera redención. Espera una revelación.