En Roland Garros, donde la arcilla no perdona ni la falta de fe ni la carencia de estilo, ha surgido un nombre que ya no se pronuncia en voz baja: Lorenzo Musetti
Durante años, Lorenzo Musetti fue el violinista talentoso que afinaba en los pasillos del gran teatro del tenis, pero al que nunca se le concedía el escenario principal. En Roland Garros 2025, sin embargo, el italiano ha decidido dejar de tocar piezas menores. Su victoria ante Holger Rune, más que una sorpresa, fue una declaración de intenciones, no vino a París a ser telonero, sino a interrumpir la sinfonía de favoritos. Con su estilo barroco hecho de reveses a una mano, cambios de ritmo y dejadas envenenadas ha desestabilizado a un Rune que, por momentos, parecía un turista buscando la Torre Eiffel en plena tormenta.
El Philippe Chatrier fue testigo de algo más que un simple partido entre dos jóvenes del top 10, fue una alegoría sobre el peso del presente. Mientras Alcaraz, Swiatek y compañía cumplían sin grandes sobresaltos su papel de favoritos, Musetti incendió la narrativa. En una jornada donde se esperaba continuidad, irrumpió el desvío. Y en esa desviación se esconde ahora el mayor obstáculo del murciano. Porque a diferencia de otros contendientes, Musetti no solo tiene tenis, tiene arte, tiene carácter y tiene una ubicación peligrosamente cercana en el cuadro.

El arte de incomodar: Musetti en estado de gracia
Desde el primer golpe, Musetti jugó como si hubiera estado soñando este partido desde niño. No por nostalgia, sino por cálculo. Cambios de altura, tempos imprevisibles, dejadas que parecían susurradas, su plan era claro, su ejecución quirúrgica. Rune, acostumbrado al ritmo moderno de impactos secos y velocidad lineal, se vio atrapado en una telaraña tejida con paciencia renacentista. El 7-5 inicial fue menos marcador que diagnóstico, Lorenzo ya no es volátil, es sólido. Y eso, para sus rivales, es una mala noticia.
Pero como en todo relato épico, el adversario tuvo su momento. Rune respondió con un 6-3 autoritario, elevando el ritmo como si quisiera borrar con fuerza lo que no entendía con táctica. Musetti titubeó, sí. Pero no cayó. Recompuso su juego con la frialdad de un ajedrecista, volvió a la trinchera de los ángulos y el ritmo roto, y desde allí construyó su venganza elegante. Dos sets dominados con parciales de 6-3 y 6-2 que no solo sentenciaron a Rune, sino que anunciaron a los cuatro vientos que Musetti ya no es promesa: es peligro tangible.
El murciano ya no duerme tranquilo
La victoria de Musetti ha alterado el ecosistema emocional de Roland Garros. No porque haya vencido a un top 10, sino por cómo lo ha hecho. Con una mezcla de temple y talento que recuerda a los duelistas del siglo XIX, no gana con fuerza bruta, sino con cortes precisos y silenciosos. Y esa es, precisamente, la clase de rival que más incomoda a Carlos Alcaraz. El murciano, rey del ritmo y de las aceleraciones, sabe que su tenis sufre más cuando el rival decide, literalmente, no jugar al mismo juego.
Aún queda mucho camino hasta un posible enfrentamiento, claro está. Primero espera Frances Tiafoe, y no es poca cosa. Pero en París ya se respira una atmósfera distinta. La amenaza no viene desde la potencia, sino desde la sutileza. Como un veneno en copa de cristal, Musetti ha dejado claro que no necesita gritar para ser temido. Y si el tenis tiene algo de poesía cruel, quizá lo más fascinante sería ver a estos dos talentos el murciano impetuoso y el italiano enigmático cruzarse por fin. Uno representa la inercia del futuro; el otro, la elegancia inesperada del presente.