Franco Colapinto llegó a Alpine como promesa fulgurante y se encontró con una presión de plomo. Su debut fue turbulento, y Flavio Briatore ya afila el bisturí
Franco Colapinto llegó a Alpine como se llega a una boda donde uno no conoce ni al novio, vestido de gala, pero sin saber a quién mirar. El equipo, fiel a su reputación de decisiones quirúrgicas con bisturí oxidado, cortó por lo sano a Jack Doohan ni santo ni demonio, simplemente el siguiente en la lista para entregar el volante del A525 al joven argentino. La maniobra fue audaz, o más bien temeraria, no por inesperada sino por el contexto, implicó romper contratos, alterar alianzas y detalle menor arrojar a Colapinto al circo sin siquiera dejarlo oler el monoplaza en los test.
El debut en Imola fue menos el inicio de una epopeya que el prólogo de un drama griego: terminó en la grava antes de poder contar dos curvas. La escena, sin necesidad de violines, fue el reflejo de una jugada que pide paciencia en un ecosistema que la desprecia. Y aunque el accidente fue apenas un tropezón en términos materiales, su efecto simbólico pesó como un yunque, sembró dudas, abrió grietas y expuso que el salto de la Fórmula 2 a la élite no es un ascensor, sino una cuerda floja sin red.

Un estreno sin red en un escenario que devora promesas
Lo más injusto del caso Colapinto no es el error, sino la expectativa. Sustituir a un piloto en caída libre es un desafío; reemplazar a uno sin síntomas de colapso es heredar una presión sin coartadas. Briatore, ese viejo zorro con alma de tahúr, lo dijo sin rodeos, “No estoy contento”. Traducción libre, esto no es un jardín de infantes. Y es que, aunque el argentino tenga el talento para construir su propia historia, su capítulo comenzó en una página ajena, con el eco de una inversión millonaria respirándole en la nuca.
Mientras tanto, el piloto intenta construir confianza a base de simulador y horas en la fábrica. Pero ¿cuánto tiempo es suficiente en una categoría que mide la fe en décimas de segundo? La Fórmula 1 es una selva sin intermedios, y aunque Briatore reconoce la presión que carga Colapinto desde Argentina hasta su propio box también sabe que el romanticismo no gana carreras. Lo que se busca no es progreso, sino resultados. Y rápido.
El veredicto de Montmeló: un juicio sin jurado benévolo
El GP de España se alza como el primer juicio real para Colapinto, según palabras del propio Briatore. No es una exageración, es el escenario donde el piloto deberá comenzar a transformar potencial en puntos, promesa en presencia. Porque en Alpine no se regalan domingos ni se firman indulgencias. La escudería ha sido, históricamente, más pragmática que poética, y la benevolencia no figura en su diccionario técnico.
A pesar de ello, el asiento del argentino aún no tiembla pero sí cruje. Paul Aron está al acecho, joven, rápido y sin las cicatrices del fracaso. Y como si eso no bastara, el rumor de Sergio Pérez coqueteando con Alpine añade otra sombra al horizonte. El margen de Colapinto es más amplio que el de Doohan, sí, pero también más volátil, porque en este juego el tiempo se mide en milésimas y la paciencia se agota como la gasolina en la última vuelta. Flavio lo sabe. Franco, también. El resto es silencio. O ruido de motores.