El zaragocismo vive con miedo a algo más grave que una mala temporada
En Zaragoza ya no se discute solo de resultados ni de entrenadores. Lo que se teme y con razón es algo más profundo: la desaparición de un club reconocible, el agotamiento de una identidad que durante décadas fue orgullo y refugio. El debate sobre si Gabi Fernández debe continuar o no en el banquillo parece casi anecdótico frente a una deriva institucional que se agranda con cada jornada.
La realidad es cruda. El Real Zaragoza se asoma a un abismo que ya no mide solo puntos o clasificaciones, sino confianza, pertenencia y proyecto. Y cuando un club deja de saber quién es, el peligro ya no está en bajar de categoría, sino en dejar de existir como comunidad.
Un club sin voz ni rumbo
El zaragocismo vive cansado. No solo de perder, sino de no entender qué se está haciendo. De la inacción de quienes dirigen el club, de las decisiones a destiempo, del silencio desde los despachos y del vacío de un proyecto que no se explica.
El Real Zaragoza no puede seguir gestionándose a kilómetros de distancia. No puede seguir ignorando a una afición que sostiene la institución con fe, corazón y paciencia. Esa misma afición a la que solo se recurre cuando hay que llenar La Romareda o apagar incendios.
En este club no se regalan partidos ni tiempo a proyectos sentenciados. El entrenador no puede ni debe ser la única voz visible en momentos de crisis. Falta liderazgo, falta un modelo deportivo coherente y falta una línea de mando clara.
El Zaragoza puede salvarse… pero ¿a qué precio?
El equipo aún tiene margen para evitar el desastre deportivo, pero la preocupación real es otra: si sobrevivirá el Zaragoza que todos conocimos. Ese club que representaba orgullo, carácter y una forma de entender el fútbol y la ciudad.
Las derrotas duelen, pero lo que desgasta es la sensación de vacío. La de no reconocer al club que uno ama. Porque el Real Zaragoza no debería morir por errores deportivos eso le ha pasado a muchos, pero jamás por la inacción o la distancia emocional de quienes lo dirigen.
El zaragocismo no pide milagros. Pide rumbo, respeto y verdad. Porque salvar la categoría servirá de poco si el alma del club se pierde en el camino.